martes, 30 de diciembre de 2008

martes, 9 de diciembre de 2008

Sous les pavés, la plage



la poesía salió a la calle
reconocimos nuestros rostros
supimos que todo es posible
en 1968


Joaquín Sabina



Sous les pavés, la plage
(Bajo los adoquines, la playa)

Es, sin dudas, mi frase preferida de entre todas las izadas en el mayo parisino de 1968. Primero por lo linda que es en sí, en un sentido puramente estético, en el más formal de sus aspectos poéticos. Es lindísima. Y todavía mucho más en su sensual lengua de origen (qué bueno estaría saber francés), en la que toma su total dimensión esa música que sólo las palabras justas en el orden justo hacen sonar para deleite de oídos sensibles a estas preciosas nimiedades, para regocijo de orejas amantes de estas tonterías sutiles. Pero lo que más me conmueve es que a la par de esa melodiosa belleza, esas palabras suaves logren sacudirte el alma con la fuerza del mejor viento sur. Con la misma fuerza del cuando vendrán los días de sol, las noches de estrellas y la canción primitiva (de hecho, dicen lo mismo). Con una fuerza tal que abre tus ojos dormidos y te empuja a ver más lejos, a intentar derrumbar mil oscuras realidades, a tratar de torcer mil repugnantes injusticias, haciéndote sentir, por fin, que te asfixia la mierda que el barato perfume dulzón de un ciego día a día, a veces, no te deja oler. Y entonces podés abrir tu mente a las lluvias tibias del camino aquél, entonces sabés que algo mejor tiene que haber, entonces te estalla el mundo y las ganas de romper los dientes de este engranaje.
La escribo ahora, antes de que haya que tirar el calendario en el que se cumplen redondos 40 años del groso quilombo del mayo francés, que tan bien me cae con su sello de libertad, juventud -divino tesoro-, ideales, romanticismo, cultura, bohemia, banderas, agite... y frases tan lindas:
Sous les pavés, la plage

F.I.S.

A los autores de las frases citadas, tantas veces por mí cantadas.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Déjame ser

Déjame ser

Mi testarudo orgullo contempla azorado,
no puede entender que sea yo,
ese feliz prisionero perpetuo de tu amor.

Caí sin que hagan falta lupas ni impermeables,
sirenas ni tiroteos,
bastaron el mirarnos y el blanco marfil de tu tímida sonrisa.

Alguien me dijo: “no es posible definir la belleza”,
hoy lo refutaría nombrándote.
Mi diosa pagana, te miro embelesado y no encuentro defectos
(que no me interesa empezar a buscar).

Camino a tu lado y voy flotando con los pies en el suelo,
los gritos y estruendos de nuestra histérica ciudad son susurros, un eco ahogado,
no hace frío, no moja el chaparrón,
se desvanece el mundo a tu alrededor.

Mi lobuna rebeldía, sin notarlo,
ahora cumple con sumisión castrense tu más nimia voluntad,
abrazo con dogmático fanatismo tus afirmaciones más discutibles,
soy un tonto títere sonriente que baila en tus manos de nácar.

De señor del oscuro feudo de mi soledad,
a vasallo de este amor, que domina mi ser, mi obrar y mi pensar,
iluminando mis días con el fulgor del cálido sol de un mediodía de otoño perfecto,
de tonos pardos, como los de tus ojos profundos.

Déjame ser tu refugio en la tempestad,
cruz roja en tus tragedias, asesino de tus penas,
tu pasaje al paraíso, tu error nunca arrepentido,
tu perro guardián, el bar que no va a cerrar,

quien llene tus lunas, esa risa que no podés parar,
tu persona preferida, arena de tu mar,
el destino de tus viajes, mortal enemigo de tu soledad.

Déjame tironear tu frazada, desordenar tu placard,
torturarte con mi Independiente, llenar tu copa y brindar
porque seas siempre la musa que me ha de inspirar.


F.I.S.

El animal más imbécil

Artículo de Esteban Peicovich, publicado uno de los primeros días del último octubre en la página de los chistes del diario La Nación. Me encantó y me llevó a descubrir el muy interesante blog de este hombre, espacio de letras e imágenes al que altamente recomiendo echar un vistazo: http://www.peicovich.com/


No aparece en la fotografía pero a muy pocos les costará adivinar cual es. Imbécil, desquiciado y a la vez genial. Identikit fácil de descifrar. Basta con asomarse sincero a un espejo y suspendiendo el ego bancarse el zafarrancho de la especie que nos tocó. Cierto que no todo está dicho y que algún futuro día pudiera celebrarse que el hombre es mejor que la hiena, la cucaracha o la rata. Propaganda a favor la viene teniendo desde siempre. Antiguos doctores lo etiquetaron como animal superior de la escala. Pifie grande. Sabemos (poniendo la mano sobre el corazón) que es de lo peor. Lleva 800.000 generaciones en la Tierra, y en cada fué duplicando la barrabasada anterior. Bicho copión como pocos. Teme como cordero. Chilla como cerdo. Mata como lobo. Canta como ruiseñor. Medita como vaca. Y tortura como ninguno (tanto que ninguno de los “inferiores” a él, lo hace) y compite consigo y con los demás a la vez. Persigue de día lo que soñó de noche y en su afán de meter su nariz en todo inventó todas las prótesis que le hicieron falta. Submarino. Cohete. Avión.

Para constar el estado de su salud mental basta leer un libro de Historia Universal. O mirar con atención esta imagen (tomada con aparato de fotografiar que él invento) de estos dos bellos animales (que él capturó) a los que desnaturalizó obligándolos (látigo mediante) a la coreografía circense que su capricho dispuso. Asombra tan errático progreso celular de aquel cerebro reptil que tanteó la arena, creció hasta ponerse de pie, ascendió a los árboles y tras miles de mutaciones pilotó un Concorde diseñado y hecho por el mismo. Bípedo implume con cuatro “patas” al nacer, dos de adulto y tres de viejo, este profesional del absurdo dedico su cerebro a glorificar al puño. Así tomó el control de otros hombres y domesticó al casi entero reino animal. Inventor de la picana, padre del misil “inteligente”, productor de éxodos gigantes, sigue moviéndose por el planeta como rey no de la creación sino de la depredación. Máximo matarife que arrasa fauna y flora y ante el menor obstáculo activa su bélica juguetería que puede convertir a la humanidad en hamburguesa.

No se explica como siendo tan minúsculos podamos dañar tanto. Todo animal que esté bajo la férula del hombre se degrada de modo irreversible. Se oxidan sus reflejos, pierde “materia gris”, se atonta. Durante siglos el hombre domesticó y torturó animales hasta quebrarles la primera naturaleza. Los mutó hasta convertir a un perro en un ratón con moño. Este deseo de variedad no se detiene. Su miopía tampoco. Entre una limusina o una ballena no duda. Sacrifica los animales recogidos por Noé y los reemplaza con bestias que vomita la tecnología del criadero fantástico de Hollywood. Este estrafalario progreso responde como un boomerang: la mayor parte de los inventos mecánicos que nos rodean acaban por domesticarnos a nosotros. Y aun así, no parece inquietar demasiado a nadie. El gran safari continúa su obra de exterminio y para camouflar la barbarie, montan el tinglado de la falsa piedad: recuperan al delfín o al cormorán engrasado. Meros rituales de culpa. Lo que ciertamente conmueve ( y embriaga) al mega animal hombre es el petróleo, leche sagrada de la que extrae la fuerza para el gemelo que el mismo clonó. Esa bestia artificial que lo traslada mejor que un caballo y ruge más que león. Que lo hace sufrir, envidiar, llorar, claudicar, caer a sus pies y convertirse en su valet (en especial los sábados por la mañana, con manguera y trapo en mano)

León sobre caballo es visión propia de una pesadilla. Imágenes bellas como pocas estas dos magnas cabezas de la zoología. Y a la vez tan tristes. Ojalá que antes que la Atómica Edad despelleje la tierra los animales concluyan a tiempo el Arca que merecen para salvarse del diluvio creado por el hombre. Y otro ojalá: que no le cedan el timón al primer mono parlante. Se les repetiría la historia. Les resultaría fatal.

Esteban Peicovich

viernes, 24 de octubre de 2008

Otro camino

- El absurdo es que no parezca un absurdo -dijo sibilinamente Oliveira-. El absurdo es que salgas por la mañana a la puerta y encuentres la botella de leche en el umbral y te quedes tan tranquilo porque ayer te pasó lo mismo y mañana te volverá a pasar. Es ese estancamiento, ese así sea, esa sospechosa carencia de excepciones. Yo no sé, che, habría que intentar otro camino.

Rayuela, Julio Cortázar.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Playa Ancón


Atardecer en Playa Ancón, a unos 10 kms de Trinidad, Cuba.

Aventuras

A continuación, y gracias a la mágica y doble operación de copiar y pegar, les dejo uno de los capítulos del Libro del Fantasma, en el que un Dolina brillante sacude a sus lectores, haciéndonos reír mientras pone al descubierto la gris chatura de nuestra existencia para cerrar con una genial exhortación en ese par de grandiosos últimos párrafos que de tanto en tanto logro recitar de corrido y sin ayuda.

Instrucciones para buscar aventuras

Se puede afirmar, sin temor a la indignación de los sabios, que en los tiempos que corren es cada vez más improbable tropezar con la aventura.

Lo imprevisto, lo extraño, lo misterioso no sucede nunca.

Curiosamente, parecen existir muchísimas personas con espíritu aventurero. Todos los días conversa uno con señores que desean vivamente una vida más interesante y un teatro de acontecimientos más rico y más amplio.

Esta gente sale de su casa cada mañana esperando que algo ocurra y buscando, como decía Whitman, "algo pernicioso y temible, algo incompatible con una vida mezquina, algo desconocido, algo absorbente, desprendido de su anclaje y bogando en libertad".

Pero la búsqueda es siempre inútil y casi todos los hombres, en el ocaso de sus vidas, confiesan que no han vivido jamás una aventura.

¿Dónde están - se pregunta uno - las doncellas atormentadas por un gigante que desde la torre se algún castillo esperan nuestra intervención salvadora?

En ninguna parte. Ya no quedan gigantes, ni castillos, ni - mucho menos - doncellas.

La actual civilización parece pensada para evitar las aventuras. Porque en realidad la aventura es el riesgo. Y nadie quiere arriesgarse.

Siendo la seguridad un valor cuya admiración se promueve de continuo, es inevitable que la mayor parte del esfuerzo tecnológico que se realiza esté destinado a evitar sucesos imprevistos. Las cerraduras Yale, los despertadores, los semáforos, las píldoras anticonceptivas, las alarmas, los preservativos, los cierres de cremallera, las agendas, los paracaídas. Todos estos inventos alejan el sobresalto.

Naturalmente, siempre queda alguna grieta como para que se introduzca lo extraordinario. Pero no es suficiente. Para demostrarlo, vale la pena realizar una sencilla experiencia: pidamos a nuestros conocidos que refieran los hechos más curiosos que han vivido. Los resultados serán entre aburidos y penosos.

Alguien quedó encerrado en el ascensor durante una hora. Otro dice haber ganado un jarrón en una kermese. Un tercero obtuvo un boleto capicúa.

Se trata de aventuras miserables.

Los griegos pensaban que las cosas ocurrían sólo para que los hombres pudieran contarlas luego. Si esto es cierto, el futuro de nuestras conversaciones es poco prometedor. ¿Qué les contaremos a nuestros nietos? ¿Que una vez vimos un choque? ¿Que se nos reventó un sifón? Pobre será la épica que surja de estos modestos cataclismos.

El aventurero actual ha aprendido a contentarse con sombras de emoción. La televisión y el cine son sus melancólicos proveedores de asombro.Chesterton había inventado una solución genial: la Agencia de Aventuras.

Era una empresa que tendía a los caballeros que experimentaban el deseo de una vida variada.

Mediante la satisfacción de una suma anual, el cliente se veía rodeado de acontecimientos fantásticos y sorprendentes provocados por la Agencia.

El hombre salía de su casa y se le acercaba un chino excitadísimo quien le aseguraba que existía un complot contra su vida. Si tomaba un coche, era conducido al Barrio del Invierno, donde cunden las riñas, los marineros egipcios y las mujeres peligrosas. Gracias a esta eficiente organización, el aventurero se veía obligado a saltar tapias, pelear con extraños o a huir de desconocidos perseguidores.

Pero la realidad, aun cuando ha sido capaz de depararnos empresas tan absurdas como las que investigan mercados o gestionan transferencias de automóviles, no nos ha brindado una Agencia de Aventuras.

¿Qué puede hacerse entonces?

Pues hay que actuar. No podemos pensar que las aventuras vendrán a nosotros. De nada sirve esperar lo imprevisto mirando vidrieras o sentados en el umbral. Es necesario que uno mismo provoque sucesos extraordinarios.

Para demostrar que esto es posible, abandonaremos las anchas avenidas de los Enunciados Generales para ingresar en el Laberinto de los Ejemplos Concretos. Para decirlo de una vez, nos proponemos impartir instrucciones precisas para vivir aventuras.

Aventura de la mujer rubia

Antes de comenzar a vivir este episodio, usted debe elegir a una mujer rubia. Desde luego, es preferible que sea hermosa. Y desconocida.

Una vez que usted se haya decidido por una rubia determinada, comience a seguirla. Pero, atención. No se trata de escoltarla durante un par de cuadras murmurándole frases ingeniosas. Hay que seguirla silenciosamente y en forma perpetua. Hasta su casa. Hasta su trabajo. Hasta donde fuere necesario.

Esto no debe interrumpirse jamás. Cada vez que ella entre en un edificio, usted deberá permanecer afuera esperando su salida.

No hay que disimular. La idea es que la mujer rubia advierta cabalmente que usted la está siguiendo. Esto la pondrá muy nerviosa y hasta es probable que llame al vigilante.

Pasarán días, semanas, y tal vez meses. Usted se convertirá en una sombra familiar y silencionsa. Si la mujer rubia tiene novio, no abandone la empresa. Después de todo, usted solamente quiere que algo ocurra. Y tarde o temprano algo ocurrirá.

Aventura del timbre que suena en la noche

Usted camina por una calle oscura. Son las cuatro de la mañana. Tal vez llueve. De pronto, frente a una casa cualquiera, usted resuelve tocar el timbre. Pasan los minutos. Usted vuelve a tocar. Un hombre consternado abre la puerta.

-¿Qué ocurre? - pregunta.

- Ando en busca de una aventura - contesta usted.

Aventura de la novia perdida

Un día usted resuelve encontrar a su Primera Novia.

Si usted ha tenido el descaro de casarse con ella, es evidente que la cosa no constituye una aventura sino una fatalidad.

Pero supongamos que usted no la ve desde hace veinte años. No sabe qué ha sido de ella. Apenas recuerda su nombre y su cara ha tomado ya la forma de los sueños y el recuerdo.

Usted hace averiguaciones. Indaga entre quienes la han conocido. Investiga en los lugares en los que ella trabajó o estudió. Recorre calles al acaso, cree reconocerla dos o tres veces. Alguien le pasa un dato cierto.

Mientras todo esto ocurre, usted se vuelve a enamorar de la Primera Novia y sueña todas las noches con ella, como solía hacer veinte años atrás.

Un día usted descubre su paradero. Sabe exactamente dónde encontrarla. Tiene la dirección, el número de su teléfono y conoce los horarios en que es apropiado llegar a ella.

Usted piensa que la aventura ya puede comenzar, pero en realidad es aquí donde debe terminar.

Aventura del túnel que va a cualquier parte

Usted y un grupo de amigos aventureros comienzan a excavar un túnel en el fondo de una casa, que puede ser la suya.

La tarea deberá acometerse con el mayor vigor.

Durante la excavación se irán descubriendo objetos extraños, tales como huesos, cascotes, tapitas de cerveza, zapatillas fósiles y antiguos pozos ciegos.

El trabajo durará meses y meses. Durante ese lapso surgirá una deliciosa camaradería entre los integrantes del grupo. Es muy probable que todos sean despedidos de sus trabajos habituales, en razón de inasistencias, la impuntualidad y la suciedad, inevitables cuando un excava un túnel. Por las mismas razones, los que tuvieren novia serán abandonados.

Así las cosas, la única preocupación del grupo será cavar y cavar. Un día cualquiera, cuando el túnel ya tenga una extensión considerable, se comenzará a cavar hacia la superficie. Y aquí viene le momento fundamental de la aventura. ¿Dónde aparecerán los viajeros subterráneos? ¿En el hall de una casa habitada por señoritas solteras? ¿En una panadería? ¿En un convento?

Hay otras aventuras posibles: la del que se embarca en un carguero sueco, la del viaje subterráneo a través del arroyo Maldonado, la del que investiga a los mendigos para descubrir que son ricos, la del que se mete en el baño de damas, la del que se agacha a ver por qué no explota el cohete... Hay que elegir.

Salgamos de una vez. Salgamos a buscar camorra, a defender causas nobles, a recobrar tiempos olvidados, a despilfarrar lo que hemos ahorrado, a luchar por amores imposibles. A que nos peguen, a que nos derroten, a que nos traicionen.

Cualquier cosa es preferible a esa mediocridad eficiente, a esa miserable resignación que algunos llaman madurez.

Alejandro Dolina

martes, 14 de octubre de 2008

Más tiempo


Macanudo, Liniers

lunes, 13 de octubre de 2008

Tiempo

¡Y ahí está!
El cruel Cronos que me aterra,
me fascina, me jode y lo trato de joder.
Puto tirano, al final siempre gana;
¡pero hay distintas formas de perder!

Tiempo

Corren los días por avenidas de sangre,
las horas son arena entre mis manos,
en un segundo el vino se volvió vinagre,
se saludan egipcios, yanquis y romanos.

La memoria sólo alcanza a salvar,
de las llamas del olvido, una imagen fugaz.
Uno indaga y busca sin encontrar
más que dos fotos grises y una historia falaz.

El río de Heráclito se ha desbordado,
conservan radiantes muelas de dinosaurio,
pero hay sólo mentiras en su anecdotario.
Eterno retorno, paraíso y condenado.

Así es el reloj, amante del morbo.
Gusanos se adueñan de un suave clavel,
mientras bebe la copa de un sorbo

aquel políglota en Babel,
ya derroca a la luna el sol
y tu beso se destiñe en formol.


F.I.S.