jueves, 27 de noviembre de 2008

Déjame ser

Déjame ser

Mi testarudo orgullo contempla azorado,
no puede entender que sea yo,
ese feliz prisionero perpetuo de tu amor.

Caí sin que hagan falta lupas ni impermeables,
sirenas ni tiroteos,
bastaron el mirarnos y el blanco marfil de tu tímida sonrisa.

Alguien me dijo: “no es posible definir la belleza”,
hoy lo refutaría nombrándote.
Mi diosa pagana, te miro embelesado y no encuentro defectos
(que no me interesa empezar a buscar).

Camino a tu lado y voy flotando con los pies en el suelo,
los gritos y estruendos de nuestra histérica ciudad son susurros, un eco ahogado,
no hace frío, no moja el chaparrón,
se desvanece el mundo a tu alrededor.

Mi lobuna rebeldía, sin notarlo,
ahora cumple con sumisión castrense tu más nimia voluntad,
abrazo con dogmático fanatismo tus afirmaciones más discutibles,
soy un tonto títere sonriente que baila en tus manos de nácar.

De señor del oscuro feudo de mi soledad,
a vasallo de este amor, que domina mi ser, mi obrar y mi pensar,
iluminando mis días con el fulgor del cálido sol de un mediodía de otoño perfecto,
de tonos pardos, como los de tus ojos profundos.

Déjame ser tu refugio en la tempestad,
cruz roja en tus tragedias, asesino de tus penas,
tu pasaje al paraíso, tu error nunca arrepentido,
tu perro guardián, el bar que no va a cerrar,

quien llene tus lunas, esa risa que no podés parar,
tu persona preferida, arena de tu mar,
el destino de tus viajes, mortal enemigo de tu soledad.

Déjame tironear tu frazada, desordenar tu placard,
torturarte con mi Independiente, llenar tu copa y brindar
porque seas siempre la musa que me ha de inspirar.


F.I.S.

El animal más imbécil

Artículo de Esteban Peicovich, publicado uno de los primeros días del último octubre en la página de los chistes del diario La Nación. Me encantó y me llevó a descubrir el muy interesante blog de este hombre, espacio de letras e imágenes al que altamente recomiendo echar un vistazo: http://www.peicovich.com/


No aparece en la fotografía pero a muy pocos les costará adivinar cual es. Imbécil, desquiciado y a la vez genial. Identikit fácil de descifrar. Basta con asomarse sincero a un espejo y suspendiendo el ego bancarse el zafarrancho de la especie que nos tocó. Cierto que no todo está dicho y que algún futuro día pudiera celebrarse que el hombre es mejor que la hiena, la cucaracha o la rata. Propaganda a favor la viene teniendo desde siempre. Antiguos doctores lo etiquetaron como animal superior de la escala. Pifie grande. Sabemos (poniendo la mano sobre el corazón) que es de lo peor. Lleva 800.000 generaciones en la Tierra, y en cada fué duplicando la barrabasada anterior. Bicho copión como pocos. Teme como cordero. Chilla como cerdo. Mata como lobo. Canta como ruiseñor. Medita como vaca. Y tortura como ninguno (tanto que ninguno de los “inferiores” a él, lo hace) y compite consigo y con los demás a la vez. Persigue de día lo que soñó de noche y en su afán de meter su nariz en todo inventó todas las prótesis que le hicieron falta. Submarino. Cohete. Avión.

Para constar el estado de su salud mental basta leer un libro de Historia Universal. O mirar con atención esta imagen (tomada con aparato de fotografiar que él invento) de estos dos bellos animales (que él capturó) a los que desnaturalizó obligándolos (látigo mediante) a la coreografía circense que su capricho dispuso. Asombra tan errático progreso celular de aquel cerebro reptil que tanteó la arena, creció hasta ponerse de pie, ascendió a los árboles y tras miles de mutaciones pilotó un Concorde diseñado y hecho por el mismo. Bípedo implume con cuatro “patas” al nacer, dos de adulto y tres de viejo, este profesional del absurdo dedico su cerebro a glorificar al puño. Así tomó el control de otros hombres y domesticó al casi entero reino animal. Inventor de la picana, padre del misil “inteligente”, productor de éxodos gigantes, sigue moviéndose por el planeta como rey no de la creación sino de la depredación. Máximo matarife que arrasa fauna y flora y ante el menor obstáculo activa su bélica juguetería que puede convertir a la humanidad en hamburguesa.

No se explica como siendo tan minúsculos podamos dañar tanto. Todo animal que esté bajo la férula del hombre se degrada de modo irreversible. Se oxidan sus reflejos, pierde “materia gris”, se atonta. Durante siglos el hombre domesticó y torturó animales hasta quebrarles la primera naturaleza. Los mutó hasta convertir a un perro en un ratón con moño. Este deseo de variedad no se detiene. Su miopía tampoco. Entre una limusina o una ballena no duda. Sacrifica los animales recogidos por Noé y los reemplaza con bestias que vomita la tecnología del criadero fantástico de Hollywood. Este estrafalario progreso responde como un boomerang: la mayor parte de los inventos mecánicos que nos rodean acaban por domesticarnos a nosotros. Y aun así, no parece inquietar demasiado a nadie. El gran safari continúa su obra de exterminio y para camouflar la barbarie, montan el tinglado de la falsa piedad: recuperan al delfín o al cormorán engrasado. Meros rituales de culpa. Lo que ciertamente conmueve ( y embriaga) al mega animal hombre es el petróleo, leche sagrada de la que extrae la fuerza para el gemelo que el mismo clonó. Esa bestia artificial que lo traslada mejor que un caballo y ruge más que león. Que lo hace sufrir, envidiar, llorar, claudicar, caer a sus pies y convertirse en su valet (en especial los sábados por la mañana, con manguera y trapo en mano)

León sobre caballo es visión propia de una pesadilla. Imágenes bellas como pocas estas dos magnas cabezas de la zoología. Y a la vez tan tristes. Ojalá que antes que la Atómica Edad despelleje la tierra los animales concluyan a tiempo el Arca que merecen para salvarse del diluvio creado por el hombre. Y otro ojalá: que no le cedan el timón al primer mono parlante. Se les repetiría la historia. Les resultaría fatal.

Esteban Peicovich