sábado, 3 de octubre de 2009

México

El caso es que, bueno, México es todo un disparate maravilloso
y es normal que uno se enamore de esa ciudad casi a primera vista.
Son muchas cosas.
El caso es que me marcó mucho ¡qué diablos!
Ismael Serrano, introducción a Plaza Garibaldi



México

Primer paso de mis ansias de viajero,
primeros aleteos hacia lo que vendrá.
Primer pasaporte, primeros sellos,
por primera vez tan lejos, con un mundo por andar.

Cielo de humo y lluvia de julio,
infalible y puntual.
Frenar un segundo en la Alameda Central.
Subir al sol en Teotihuacán.
El Zócalo,
Diego Rivera y su arte extra large.
La estación Balderas para mi rock yugular.
Tlatelolco desierto.
Volver a vivir aquel mundial.
Imposible enchilada.
Frenética y fascinante ciudad.

Tu nombre, Acapulco, siempre cautivará,
guarda su magia en alguna vocal,
tu bahía de noche hace olvidar
tormentas tropicales y todo lo demás.

Puro Mazunte, de verde y perfecto mar,
tan playa, tan selva,
tan hamaca que mece un tiempo
sin cifras,
de paz.

Territorio zapatista y de turismo universal,
bellísima Chiapas, indígena y multicultural.
En San Cristóbal de las Casas, qué lindo es vagar,
cerros que uno quisiera nunca tener que bajar.

Piedra humana en la cuna del jaguar,
pasado de imperio en el ahora,
que te zamarrea,
sacude tu moderna cabeza,
cuando pisas el húmedo claro
en el que una mañana floreció Palenque.

Cerquita existe un lugar

que se llama Misol Há.


No sé si volví a ver lunas que brillaran como en la Riviera Maya,
ni ojos como aquéllos, que iluminaban Cancún desde Tijuana.

F.I.S.



Cañón del Sumidero, Chiapas.