lunes, 26 de enero de 2009

Enero

Enero

Sin dudarlo un segundo, con total convencimiento,
te elijo entre las doce nominales parcelas
en las que al inconmensurable misterio del tiempo
propuso encerrar un tal Gregorio en el siglo XVI.

En nuestras vidas de hemisferio sur,
sos la época del sol, del Ra de las arenas,
del Inti de los Andes, de Febo que asoma.
Fuego de la vida, rey de la luz.
Hoy tan adorado como en el fugaz y amarillo reino de Akenatón
o en aquellos americanos imperios que Pizarro, Cortés y la blanca codicia,
redujeron a huesos, selva y piedra.

El martirio del estaqueado se ha convertido en un placer buscado.
La corpulenta palidez de las cortesanas renacentistas
dejó su lugar a la morena belleza de tu marca vital (¿fatal?).
Tu resplandor anula los grises que inundan
estos corredores de monstruosos hormigueros
de cemento, humo y artificios.

Y sos del mar,
inmenso, soberbio, inabarcable,
verde y azul,
ciclotímico, manso y bravío,
de aventuras, tesoros y naufragios,
de amantes y soñadores,
de pinceles y plumas,
de sal, olas y espuma.
Nunca se cansarán mis ojos de mirarte,
patria de Neptuno, supersticiones y sirenas,
sello peremne de la mano de Dios.

Y, también, sos de la noche abierta,
de un negro suave, felino y sensual,
de lunas cálidas y estrellas de nuevos brillos.
Sos del ocio, de la despreocupación, de la libertad,
de los besos, de los vasos,
de la música, del baile, del próximo bar,
y de la risa que retumba hasta en las paredes del más vacío de los corazones tristes.

¡Oh, mes hedonista, por tus treinta soles y treinta lunas,
paso otoños, inviernos y primaveras,
ojeando revistas viejas en esta sala de espera!

F.I.S.

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